20.10.2008 / 17:49
AC/DC
Black Ice

En el mundo segun AC/DC, el sexo, el dinero, la política y otras características de la adultez son un chiste de mal gusto. Pero el rock es sagrado. Nadie, de Chuck Berry a esta parte, ha escrito tantas buenas canciones de y sobre el rock & roll; y ninguna banda fuera de los Ramones se ha negado tan militantemente a investigar más allá de las formas básicas. AC/DC da una visión de los Stones en la que Keith hubiera ganado todas las discusiones: no a los álbumes conceptuales, no a los teclados, no a lo disco, no a las baladas, no a los coros gospel. Y Black Ice es el mejor argumento en años -quizás en décadas- de que la evolución es para idiotas.

El hecho de mantener idéntico su sonido deposita toda la presión en la composición de las canciones. Y por primera vez desde que The Razor's Edge (su álbum de 1990) le diera sentido a la generación Beavis & Butt-Head, los guitarristas Malcolm y Angus Young han escrito canciones a nivel de su músculo musical, aunque no las suficientes como para llenar un álbum. Con el productor Brendan O'Brien y su inteligencia radial en el equipo, el material nuevo está prácticamente a la altura de los picos de su carrera, especialmente "Rock N Roll Train", en la que los hermanos Young se tiran acordes cortantes entre ellos como si fueran malabaristas con cuchillos. El baterista Phil Rudd se mueve atrás con un ritmo inhumano, y es tan reacio a tocar partes de relleno que hace que Charlie Watts suene como Dave Grohl.

Asimismo, el bajista Cliff Williams parece satisfecho con bombear corcheas en todas las canciones de AC/DC; excepto cuando traza una senda funky en la excelente "She Likes Rock N Roll". Otro clásico instantáneo es "Big Jack", que tiene el garbo de un tema perdido de Back in Black. Incluso las canciones que descansan en trucos trillados -el agudo riff de dos notas de "Anything Goes" recuerda a "For Those About to Rock (We Salute You)", de ac/dc Live- tienen suficientes bríos como para reponerse.

ac/dc evita el sexismo alegre del pasado (escuchá la oda al sexo oral "Givin the Dog a Bone"). Pero por fuera de eso, las letras no han cambiado demasiado excepto por una nueva preocupación por la meteorología apocalíptica ("Skies on Fire", "Stormy May Day", "Black Ice"). El título "War Machine" es inquietantemente actual, pero la letra es lo suficientemente vaga ("la llamada de lo salvaje. la cosa se puso salvaje") como para sugerir que la "máquina" es sólo otra metáfora fálica. ¡Uf!

A diferencia del líder original Bon Scott, que había nacido para aullar, Brian Johnson es un barítono natural que entrega notas agudas de comadreja torturada a pura fuerza de voluntad. Antes, cuando alcanzaba lo más alto de su registro, sonaba más jadeante que amenazador, pero ahora O'Brien lo lleva a buscar esas notas, y la banda enfatiza los estribillos y los coros que animaron sus grandes éxitos.

Para un grupo de tipos tan convencidos de ser una "banda de álbum" que se niegan a vender sus canciones individualmente online, AC/DC ha tenido problemas en esto de hacer discos consistentes desde For Those About to Rock, de 1981. Black Ice se despega de esa tendencia, pero no la revierte: el álbum parece más largo que los 55 minutos que dura, gracias a ese tramo de rockeadas desechables que incluye la mecánica "Spoilin' for a Fight" y la genérica -incluso para sus estándares clásicos- "Wheels".

Pero hay algo casi elegíaco en las múltiples odas al rock de Black Ice, como "Rocking All the Way" y "Rock N Roll Dream". Estos tipos son verdaderos creyentes, peleando una guerra que, aunque nadie les avisó, terminó hace muchos años. En un momento, Johnson grita: "Vamos a rockear por toda la ciudad / Lo vamos a hacer bien / La vamos a rockear toda la noche". Eso deja claro que esta banda todavía suena con palabras que en 1956 ya eran un cliché. Y por eso hay que saludarlos.