EL ROCK EN EL CINE (II):
"ROCK STAR
" y "PARTES PRIVADAS",
LA DÉCADA DORADA DEL ROCK DURO A EXA
MEN

Hace unas semanas concluíamos nuestro primer acercamiento a la unión entre rock y cine hablando de cómo la industria del celuloide, y de modo especial las majors, solían interpretar o reescribir la historia para que encajara en la imagen del mundo perfecto que nos venden habitualmente en sus films. Y si en su idílica realidad entraba con dificultad el rock de los setenta, más agrio debía ser su reflejo de la siguiente década, unos ochenta en los que Hollywood metió a un actor de segunda fila en la Casa Blanca al tiempo que la Guerra de las Galaxias pasaba de las pantallas cinematográficas a ser el epicentro de la Guerra Fría. El cine nos vendía Rambos, Bradocks o Rockys, héroes patrios y conservadores que debían de servir de ejemplo a unos jóvenes que encontraron en el rock otra vía de escape, otros sueños. El cine, cuando revisara esa época, no se lo perdonaría.

Reportaje: Juan E. Tur

En los últimos años el nexo entre rock y cine se ha estrechado sustancialmente, preferentemente debido al hecho de que buena parte de los directores norteamericanos vieron marcada su juventud por la música que dominaba los ochenta y luego la han introducido tangencialmente en sus films (un ejemplo reciente es la secuencia en que los protagonistas de Road Trip entonan el I Wanna Rock de Twisted Sister, un tema que los jóvenes yankees de la generación de los actores desconocen en la mayoría de los casos). No obstante este fenómeno también se dio en los mismos ochenta, años en los que buena parte de la producción destinada al público juvenil se ilustraba con la música que se facturaba principalmente en el estado de California. Casos de este tipo hay a miles, pero lo que verdaderamente nos interesa ahora es ver cómo el cine ha tratado con posterioridad el rock de los ochenta. Para ello nos centraremos en dos films: el biopic sobre la carrera del locutor radiofónico Howard Stern Partes Privadas y la reciente Rock Star. Efectivamente, la primera no habla directamente de músicos y la segunda está basada en un suceso de los años noventa, pero ambas ven como su historia se desarrolla (en el primer caso por ceñirse a la realidad y en el segundo por motivos narrativos) en la época dorada del hard rock.

Como todos sabréis Rock Star está basada en la historia de Tim "Ripper" Owens y cómo éste pasó de rendir tributo a Judas Priest en una banda local a formar parte del quinteto titular en sustitución de Rob Halford. Fue el productor Robert Lawrence el que leyó la historia en el célebre artículo Metal God publicado en el New York Times y fue él, junto a George Clooney (productor ejecutivo), el guionista John Stockwell y el director Stephen Herek, el que se encargó de quitar a la historia real toda su magia natural para convertirla en un supuesto reflejo de la realidad de las grandes bandas del metal ochentas. En el film, situado en un momento impreciso de la década de los ochenta) Chris Cole (encarnado por Mark Walberg) es un vocalista de una banda de tributo a -unos ficticios- Steel Dragon (que en la realidad serían el equivalente de Judas Priest enfatizando que se trata de una banda británica afincada en los EEUU) que, tras ser echado de su banda, recala accidentalmente en Steel Dragon cuando el vocalista de la misma abandona la formación. A partir de entonces nuestro protagonista sabrá "de verdad" lo que se esconde tras las bambalinas del mundo que admira, sucesos que harán tambalear su relación con su novia de toda la vida (una mojigata interpretada por Jennifer Aniston).

La película prometía. Basada en un reciente hecho real y centrada de lleno en el mundo del heavy metal (del que habían conseguido sacar a músicos como Zakk Wylde, Jeff Pilson o Blas Elías para que interpretaran fielmente el rol de los músicos), el circuito metálico esperaba mucho de una película que no escatimó recursos a lahora de filmar sus fieles recreaciones de los grandiosos espectáculos rockeros y que hasta la fecha de su estreno no paró de generar noticias. Sin embargo, y por desgracia, el homenaje se convirtió en bofetada cuando el film se estreno en EEUU la fatídica semana del 11 de septiembre del pasado año. Y es que Rock Star transmitía en su metraje una imagen patética del seguidor rockero encarnada en unos personajes carentes de personalidad y sólo preocupados por maquillarse y disfrazarse para ser el vivo retrato de sus ídolos. Más tarde, cuando nuestro protagonista se convertía en una superestrella y accedíamos a la realidad de la banda, de ella sólo veíamos a unos músicos misóginos cuya única preocupación era el dinero y pasarse por la piedra al mayor número de groupies posibles. No había trabajo, no había intención, simplemente una fachada a la que, según lo que predica el film, puede acceder cualquiera (cualquiera con buena voz puede ser cantante de una banda heavy ya que el público, según el film, no va a valorar su aportación, y el trabajo de los músicos es una mera reiteración de esquemas para perpetuarse en la fama). A algunos les podrá resultar incluso gracioso ver como se reincide en el film en el hecho de que tras un concierto los músicos se acuesten con sus seguidoras, aunque a un servidor le resulta difícil imaginar que tratándose de otro estilo musical los realizadores se hubieran centrado en el mismo aspecto de sus vidas (al fin y al cabo, follará tanto Axl Rose como Bono (U2), aunque del segundo extraerían cualquiera de sus habituales fantasmadas de cara a la galería para ensalzarlo). Si a todo el revoltijo le sumamos un final que supone una nueva falacia (el personaje interpretado por Walberg deja la banda para poder interpretar sus propias composiciones lo que hace que radicalmente deje de gustarle el rock, imaginamos que porque el guionista pensaba que el rock es incapaz de expresar nada) y una ambientación musical imprecisa (suenan temas míticos pero que no corresponden en muchos casos con el tiempo de la narración), podemos afirmar sin dudar que Rock Star, más que una película fallida, es un nuevo lavado de cerebro para desconocedores del género, una reafirmación para sus detractores, y una ofensa para sus seguidores de alma más sensible.

En un plano diametralmente opuesto figura Partes Privadas. Y es que, aunque a priori el film pueda presentarse al espectador como una nueva comedia vulgar con protagonista rockero o -lo que suele ser lo mismo en estas películas- descerebrado, es realmente un film extraño en el género. Y es que es su propio protagonista Howard Stern, un reputado locutor estadounidense que hizo de su magazine matinal de tintes rockeros el espacio con mayor audiencia en los EEUU, la mente que se oculta tras este proyecto de llevar a la gran pantalla su autobiografía. Es de este modo como la película, salvando la evidente autocomplacencia que se ha de encontrar necesariamente en un film en el que su protagonista se interpreta a sí mismo basándose en su propia vida, no mira al rock ni con desprecio ni con admiración, sino como una especie de personaje añadido en forma de banda sonora que ilustra la historia con temas significativos de cada una de las épocas que Stern nos va narrando.

De ese modo, tras presentarse en una secuencia inicial en la que vemos a Dee Snider, Ozzy Osbourne o Slash entre otros, y situarnos en el contexto en el que creció, vemos las primeras e incidentadas incursiones radiofónicas del protagonista haciendo sonar Smoke On the Water en la radio de su universidad, sus constantes cambios de emisoras en su primera etapa profesional (cambios en los que vemos por ejemplo como abandona una estación por dejar ésta de emitir rock) y su posterior escalada a la cima sin dejar enningún momento dejar de hacer lo que le dicta su espíritu. Para los no estadounidenses el film no cuenta con el añadido de ver al famoso locutor en acción, pero la historia sí revierte el suficiente interés como para ser disfrutado ampliamente. Además nos encontramos con uno de los escasos films -personalmente desconozco que exista alguno que lo haga del mismo modo- que recrea fielmente la realidad musical de los ochenta. Y es que como vemos en su metraje, en esa década el rock era la música que dominaba en los States y muy escasos músicos de otros géneros podían hacer frente a su asalto. Las radios para adultos ponían rock y había un gran número de radiofórmulas dedicadas exclusivamente al estilo. Por ellas pasó Howard Stern hasta convertirse, en el momento en el que acaba el film, en el locutor más escuchado en la ciudad de New York (mientras aquí tenemos que escuchar a Iñaki Gabilondo o Luis Del Olmo) en un broche final con sorpresa rockera incluida.

Nuevamente nos encontramos aquí con dos películas con un tratamiento diametralmente opuesto de la realidad del rock en los ochenta: por un lado Rock Star, el producto convencional de la industria del entertainment, y por otro Partes Privadas, una película realizada por uno de los protagonistas de la época. Como en nuestro anterior reportaje vemos que cuando las majors se meten en harina son capaces de cambiar la historia. Así, mientras en los ochenta el rock era una vía de escape y sus seguidores daban la espalda a la ultraconservadora política de Reagan y compañía, en Rock Star todo ello carece de importancia y se trata de reflejar una sociedad banal, quizá porque sus realizadores participaron de la pantomima reaccionaria y quieran reflejar a sus opositores y a la época como un borrón cómico de sus existencias. Mientras tanto, en Partes Privadas se refleja la década como un momento grande para el rock y en la que su espíritu podía derribar las barreras de un sistema claramente retrógrado. Evidentemente la historia la escriben los que ganan y ahora mismo el rock y lo contracultural están en claro receso, por lo que lecturas como la de Rock Star seguirán tratando de rescribirla a la imagen del sistema.